"Que tu alimento sea tu medicación."
Lo básico del organismo humano es alcanzar la plenitud, la realización completa. Cada una de sus partes debe funcionar de la mejor manera posible para que el espíritu pueda expandirse, evolucionar, expresarse en su totalidad. Juntos, el cuerpo perfecto y el espíritu sano se hallan en mejores condiciones de recibir la energía cósmica, lo cual permite su flujo normal.
El cuerpo - morada del espíritu es, sin embargo, bastante sensible y, si no se sabe emplear adecuadamente sus energéticas intrínsecas, estas dejarán de fluir libremente, lo que ocasiona enfermedades.
Una de las maneras de evitar las enfermedades y mantener el equilibrio del organismo es adoptar una dieta alimenticia correcta que supla convenientemente todas sus necesidades, sin excesos ni deficiencias que puedan perjudicar su funcionamiento.
Antiguamente el hombre utilizaba con mayor regularidad alimentos en estado natural.
Con el progreso tecnológico, sobre todo después de la 1. Guerra Mundial, se comenzó, sin embargo, a sobrevalorar los alimentos "puros" (harina y azúcar blancas, sal común, etc.), así como los ricos en proteínas y las grasas animales. En la dieta alimenticia de todos los días pasaron a predominar los panes y las pastas blancas, patatas hervidas y sin piel, los dulces concentrados y los productos industriales cargados de conservantes y estabilizadores, en detrimento de las verduras, frutas y legumbres frescas y crudas.
Como consecuencia de esas profundas alteraciones en los hábitos alimenticios, acompañadas y/o precedidas por cambios del modo de vida en general, comenzaron a manifestarse no pocas enfermedades que fueron observadas con atención por médicos y especialistas de diversas áreas. A consecuencia de esos problemas y del interés creciente que comenzaron a despertar, surgió el estudio de la alimentación con bases científicas, puesto que empíricamente ya habla existido muchos siglos antes; el propio Hipócrates habría dicho en su época:
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